De mujeres y de brujas

Publicado en el diario Perfil el 2 de junio de 2012 por Fernanda Gil Lozano y Fernanda Reyes
Las mujeres entraron en la historia como un anexo de color, como algo exótico; y siempre representaron la historia en negativo del discurso oficial, masculino, blanco y propietario.
Se acuñó la idea de mujer asociado a un ser incompleto. Así, por ejemplo, en el mundo clásico, fue definida como un ser que por deficiencias no se había completado felizmente y había quedado a medio hacer.
En otras épocas se pensó que no tenía alma y, finalmente, la psicología evolutiva explicó las conductas femeninas por la envidia de éstas al sexo opuesto.
Estos discursos encierran conceptos importantes a tener en cuenta, dado que para mantener la opresión y ocultamiento de las mujeres de casi todos los procesos, los mismos argumentos se reeditan ad infinitum.
De esta forma, por ejemplo, se biologizó la experiencia de las mujeres (ser madres, ciclos mestruales, cocinar) con el objeto de instalar la certeza de que la acción, el pensamiento, y en definitiva, todos los vectores que desencadenan los procesos sociales, tienen que estar necesariamente llevados a cabo por los varones.
A su vez, cualquier acción de las mujeres fue y será estigmatizada con la enfermedad psíquica: la locura, o el insulto liso y llano: ¡Brujas! Los varones hacen huelgas y protestan porque tienen reivindicaciones y las mujeres sólo gritan quejas y molestan el orden público.
Dentro del denominado “modelo extractivista”, la megaminería es una de las formas de saqueo económico y depredación, que avanza en Latinoamerica e impacta no sólo en lo ambiental, sino también en lo social, institucional y político.
En todos los países la vanguardia en contra de estos proyectos estuvo encarnada en mujeres. La preocupación por el entorno, la tierra y el agua, aparecen allí como elementos intrínsecamente asociados a la creación y a la vida que ellas engendran y cuidan.
La relación entre mujeres y ambiente ha dado lugar, en el plano de la organización social, a los movimientos ecofeministas, caracterizados por un discurso muy crítico de los procesos de acumulación de grandes empresas, a costa del ambiente.
Asimismo, la relación entre las mujeres como actores centrales del debate público, y la megaminería, es también de carácter ontológico: existe una fuerte vinculación espacio-territorial entre explotación sexual, prostitución y trata de personas con la megaminería, dada por la instalación de prostíbulos en cercanías de los campamentos de trabajo y faena minera.
“Trastornadas” fue la palabra elegida por el gobernador de La Rioja, Luis Beder Herrera, para estigmatizar a las mujeres que luchan por la defensa del agua en Famatina y Chilecito.
No contento con ello, las tildó de “hippies”, pretendiendo transformar en un insulto aquella expresión contestataria a la sociedad de consumo anclada en la reacción joven de los años 70, que alentaba una mirada igualitaria de lo femenino, aunque muy esencialista, que al mismo tiempo gritaba también contra la guerra y promovía formas comunitarias de producción.
El gobernador de La Rioja también comparó a los vecinos con los nazis que marcaban las casas de los judíos. Lamentable y repudiable comparación, ya esbozada anteriormente por el gobernador de San Juan, José Luis Gioja.
En la historia, las mujeres bien sabemos que cuando no se tienen argumentos se intenta deslegitimar mediante la descalificación o la rotulación “no saben”, “trastornadas”, “brujas”, “hippies”, “terroristas ambientales”, “nazis” o “snobs” (como hace poco dijo la Presidenta).
Sería mejor que buscaran argumentos para su defensa y no rotulaciones tan viejas como las escobas o tan terribles como el Holocausto.
Muchas mujeres en Argentina defendemos lo que el gobernador de la Rioja entrega sin argumentos y con descalificaciones.
Lo que está en riesgo en el territorio de la provincia, como en otras provincias andinas, es la salud de la gente, el agua, los minerales; en definitiva, la vida.

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